Recuerdo cuando llegué a Toronto hace años con mi hija pequeña. Mi esposo, preocupado por dejarnos solas, nos visitaba con frecuencia. Era verano y el sol que se ponía tan tarde, alrededor de las 9:40 PM, me resultaba inquietante cuando estaba sola con mi hija en la casa grande. La prolongada luz del día hacía parecer que el día nunca terminaría, atrapándome en ese tiempo desconocido, lo que me entristecía bastante. Por lo tanto, me costaba apartar la vista de la ventana hasta el atardecer. La naturaleza humana es caprichosa, ¿verdad? Ahora que estoy acostumbrada a este lugar, aprecio los largos días de verano, diciendo que permiten un día más prolongado. Cuando la brisa fresca de principios de otoño insinúa días más cortos, a veces siento una punzada de arrepentimiento. Había comprado fideos de trigo sarraceno para hacer soba, que a mi hijo le encanta, pero seguí posponiendo la preparación de la salsa para mojar. Finalmente, me topé con los fideos olvidados guardados en algún lugar. Con los días tan largos, la comida del mediodía se siente como almuerzo, e incluso la cena se siente como almuerzo, lo que lleva a cenar tarde. Ver los fideos me recordó que debía cenar ligero con una ensalada. Debido al clima húmedo de este verano, mis queridas hojas de perilla y los pimientos no crecieron bien, dejándome sin inspiración. Sin embargo, fui a mi jardín descuidado y recogí un poco de col rizada, mostaza y lechuga. Preparé un aderezo agridulce, agregué una buena cantidad de wasabi para ese agradable cosquilleo en la nariz, y lo mezclé todo. Al dar un gran bocado a los fideos cargados de verduras, me encontré deseando de nuevo que esos largos y brillantes días de verano duraran para siempre.